lunes, 17 de marzo de 2008

La pregunta

"Cómo llegar al resultado? De qué forma podemos llegar a crear una obra maestra, una nueva teoría?" preguntó un joven estudiante de Matemáticas en la Universidad.


Sonriendo el profesor, miró la tiza que tenía en la mano se dió la vuelta y continuó escribiendo en la pizarra del salón de clases. Todos los alumnos esperaban su respuesta, más sin embargo poco a poco se olvidaron de la pregunta y se dispusieron a copiar lo que decía la pizarra.

Sin embargo unos pocos no cesaron en su empeño, y repetidamente clase tras clase hicieron la misma pregunta recibiendo siempre como respuesta la sonrisa del profesor y la continuación de la clase.

Llegó el último día de clases, anterior al examen. Ya había pasado un curso y los alumnos se disponían a demostrar (según las normas de la universidad) todo el conocimiento aprendido y su talento. Los alumnos interesados en la respuesta a la interrogante, volvieron a preguntar y la respuesta del profesor esta vez fue una enigmática frase:
-"Mañana lo sabrán, ó más bien; si quereis podreis saberlo".

Al empezar el examen, se leyeron las preguntas en voz alta. Curiosamente esta vez el examen no tenía las 10 preguntas de costumbre, tenía una pregunta adicional. El profesor la explicó:
-"Aquel que me explique satisfactoriamente luego de un año de clases, qué relación hay entre la pizarra de un niño y la respuesta a la pregunta que me habeis hecho durante el curso, tendrá un sobresaliente. No hace falta que me la entregueis hoy. Podeis llevarosla a casa y mañana discutiremos los resultados"

Al día siguiente los alumnos se reunieron, todos querían saber la respuesta a la pregunta.

Muchas fueron las elaboradas respuestas más ninguna de momento convencía al profesor. Finalmente se puso en pie un chico que llevaba todo el año participando de las clases, en silencio. Llevaba el pelo largo, rastas y continuamente escuchaba música y hacía sonar compases en sus dedos mientras escribía sus ejercicios.

Cuando levantó la mano para participar todos sus compañeros le miraron con autosuficiencia, más él se levantó y dijo:
-"La pizarra de un niño es el mayor regalo que puede tener. Es como la partitura para el músico, en ella todo es posible, todo está permitido pero sobretodo siempre se puede cambiar o mejorar. La pizarra de un niño acepta todos los colores, los límites quedan a un lado pero lo más importante es que puede retocarse, mejorarse o en el más radical de los casos borrarse y escribir nuevamente. "

El profesor respondió, sonrío y miró nuevamente la tiza que llevaba en las manos, pero esta vez añadió:
-"Durante todo el curso os he dado la respuesta y únicamente uno de vosotros ha sabido encontrarla. En la vida, hemos sido obsequiados con el gran regalo de la creatividad, el intelecto y la libertad para escoger. En ella todo es posible, todo es mejorable, pero lo más importante de todo es que siempre se puede volver al estado inicial o cambiar de estado si es necesario.
Las pizarras de los niños son libres, así como nuestras mentes. Con ella si lo deseamos podemos crear la obra más grande que os imagineis, o el escrito más mediocre que podais pensar.
El miedo es libre, teneis la opción de escoger. Pero recordar que siempre estareis escribiendo sobre vuestra pizarra con vuestros lápices de colores y vuestro borrador azul."

Mi reflexión:
Todos tenemos nuestra pizarra. Más tarde o temprano todos somos conscientes de ello. La clave es saber que siempre podemos elegir. Si por error hemos escrito una historia desde el miedo o desde nuestro ego, tenemos en nuestra mano el poder de tomar nuestro borrador azul y dibujar una nueva desde la unidad y la libertad. Y si ya estamos en el camino, a seguir dibujando y embelleciendo nuestra obra con nuestra infinita capacidad.
Es la ventaja de ser conscientes que para nuestra mente el tiempo no existe, y lo que fue, es y será es la misma cosa.


Barcelona, 16/03/2008
María de Lourdes Eguren

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